En una escena de este melodrama oscurísimo y laberíntico, un personaje aparece enfundado en un vestido de Jean-Paul Gaultier que reproduce la desnudez de un cuerpo femenino. En el centro de gravedad de ese vestido, un espejismo de vello púbico adopta la hipnótica forma de un aislado banco de coral, desde cuyo interior podría acecharnos, por ejemplo, una voraz sirena. Como esa rosa de porcelana esculpida al comienzo de Topaz o como los espejos fracturados de La Dama de Shanghai, ese falso vello púbico es la perfecta metáfora visual que sintetiza lo mucho que contiene el film al que acompaña: una película de mujeres fatales que son niños terribles, de niños angelicales que se tornan ángeles caídos, de acosadores en sotana que son corazones despedazados y de relatos mecanografiados que ocultan (o revelan) verdades atroces.La mala educación, como el propio cineasta ha querido subrayar, es un melodrama noir, un artefacto genérico perfecto para que, en el intento de desmadejar la naturaleza de la pasión, acabemos asumiendo que su misma esencia es el laberinto. Un laberinto con una sorpresa en su interior en forma de muerte. Parece que todas las películas hablen de nosotros, dice un personaje cerca del desenlace. La mala educación, que es y no es un film confesional de Almodóvar (el juego de máscaras forma parte del ADN de esta ficción), tiene, sin duda, la madera para convertirse en una de esas películas que hablan de nosotros. De cualquiera de nosotros.Almodóvar, al que le gustaba andar en la cuerda floja en momentos puntuales (la escena inicial de La flor de mi secreto, el desenlace en el cementerio de Todo sobre mi madre), parece haber conquistado definitivamente el territorio del riesgo desde Hable con ella. Esta nueva película confirma que el cineasta se mueve, ya, en el aire (o en el Cielo) de aquellos privilegiados que no solo han sabido acuñar un tono, sino también domarlo, controlarlo absolutamente. Como el falso pubis de Gaultier, el cine de Almodóvar ha logrado trascender sus referentes para proponer una forma muy rara y muy propia (de hecho: única) de belleza. Para amantes del Almodóvar más tenebrista. Lo mejor: el absoluto dominio de su voz autoral.
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